Por Virginia Alberdi Benítez

La presencia de las artes plásticas cubanas en Estados Unidos en el último medio siglo puede compararse con el tránsito por una autopista, a veces interrumpida por grandes obstáculos, pero nunca cerrada al paso de los vehículos.
Indudablemente la nueva etapa de las relaciones entre ambos países, abierta el 17 de diciembre de 2014 con el anuncio del restablecimiento de vínculos diplomáticos y afianzada con la reapertura de embajadas en Washington el 20 de julio de 2015 y La Habana el 14 de agosto de este mismo año, debe favorecer un flujo mayor de artistas y exposiciones en lo adelante.
En el ámbito cultural es mucho más previsible un entendimiento cercano a la normalización de las relaciones que en otros espacios. Son muchas y muy notables las diferencias y los puntos de vista sobre funcionamiento democrático, derechos humanos y perspectivas geopolíticas.
Para los cubanos que viven en la isla la gran asignatura pendiente es el levantamiento del bloqueo económico y financiero impuesto por los gobiernos de Estados Unidos contra Cuba.
Sin embargo, a partir de la adopción por el Congreso de EE.UU. en 1989 de la Enmienda Berman se flexibilizaron algunos términos del bloqueo para favorecer los intercambios culturales. De tal modo se permitió a ciudadanos norteamericanos adquirir obras de arte y materiales informativos como excepción, amparándose en derechos constitucionales.
Fue así que galeristas y coleccionistas comenzaron a visitar la isla y comprar y representar a artistas cubanos. En la actualidad resultan muy activas algunas galerías especializadas en arte cubano, como la Magnan Metz y la Marlborogh, ambas de Nueva York, en tanto sigue incrementándose la prestigiosa Colección Faber, cuyas exposiciones llaman la atención de especialistas.
Miami, y en general, el sur de la Florida, ofrecen un panorama muy particular, determinado por la influencia de la comunidad cubana más numerosa en el exterior. Desde el Museo de Arte Cubano, la Fundaciòn Cisneros-Fontanals y el Pérez Art Museum hasta decenas de galerías de muy diversa escala (una de las más prominentes es la Cernuda Arte), la exhibición y comercialización de obras de arte de creadores residentes en la isla se ha ido convirtiendo en parte consustancial de la vida de ese enclave.
Desde 1972 el Centro de Estudios Cubanos, de Nueva York, bajo la dirección de Sandra Levinson, había propiciado, hasta donde fue posible en medio de las tensiones políticas, la difusión de publicaciones y producciones artísticas. Pero a partir de 1999, con la creación del Cuban Art Space, el Centro multiplicó su espectro promocional y comercial, con el aval de la Enmienda Berman.
Fue noticia en el año 2000 la exhibición en el Museo Latinoamericano de Long Beach y luego en el Museo de la Universidad de California de la que hasta ese momento constituyó la más nutrida muestra de artistas cubanos de la nueva generación en Estados Unidos.
Se trataba de recuperar el terreno perdido ante el interés con que por esos años instituciones y coleccionistas europeos, como la alemana Fundación Ludwig (que, por cierto, abrió una sede en La Habana) se habían aproximado a los artistas cubanos formados en las escuelas durante el período postrevolucionario.
En realidad, algunos de estos eran ya conocidos en los circuitos norteamericanos, por haber emigrado hacia ese país a partir de la crisis que estremeció la isla en los 90. Pero no todos pudieron insertarse con éxito en ese mercado como lo hicieron José Bedia y Tomás Sánchez.
Otros comenzaron a beneficiarse de becas y bolsas de viaje otorgados por instituciones académicas norteamericanas y comenzó a ser frecuente, a partir de la primera década del nuevo siglo, la huella de artistas procedentes de la isla en los circuitos de exhibición de ese país. Tempranamente Roberto Fabelo había dado la clarinada en 1993 al conquistar el premio en la Bienal Internacional de Dibujo de Cleveland, pero él mismo solo logró un significativo posicionamiento cuando en 2014 desplegó su obra en el Museo de Arte Latinoamericano de Long Beach.
Entre los creadores de mayor impacto público en el último lustro se cuentan Carlos Garaicoa, con su exposición en el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles: Alexandre Arrechea, quien intervino en 2013 varios de los icónicos edificios de Park Avenue, en Nueva York; y Los Carpinteros, con su instalación en el Armory Art Show, también de Nueva York.
Otro indicador a tomar en cuenta son las subastas. Los valores más establecidos siguen siendo los pintores de la vieja guardia, ya desaparecidos, como Wifredo Lam, Amelia Peláez, Cundo Bermudez y Mario Carreño. Pero en los últimos años se han dado sorpresas: en 2013 Tomás Sánchez en Christie’s vendió dos obras por más de medio millón de dólares.

Wifredo Lamm expuesto en Art Basel 2015

Wifredo Lamm expuesto en Art Basel 2015



Al ser interrogado sobre las perspectivas que se abren al arte cubano con la reanudación de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, el experto Alex Rosenberg, opinó: “Estos cambios traerán como consecuencia un aumento considerable en los precios de las piezas de artistas que viven y trabajan en Cuba. Pero también creo que con el tiempo desaparecerá paulatinamente la sensación de novedad que representa Cuba para el mercado norteamericano, y que entonces los precios comenzaran a estabilizarse. Lógicamente, si aumenta el turismo, aumentará la venta de arte cubano. No creo que los artistas que ahora tienen éxito puedan vender mucho más, puesto que ya venden la mayor parte de lo que hacen. Tampoco creo que el turismo afecte su arte seriamente. Los principales beneficiados serán los artistas menos exitosos que ahora podrán vender a un público mucho más amplio y menos sofisticado”.